JOSÉ ANTONIO

A José Antonio no se le puede silenciar

Se podrán mantener o rechazar sus planteamientos políticos. Criticar o defender algunas de sus actitudes, pero no que haya caído en el olvido.

Artículo publicado en Cuadernos de Encuentro, núm. 153, de Verano de 2023. Ver portada de Cuadernos de Encuentro en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.

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A José Antonio no se le puede silenciar

En muy poco tiempo mi condición actual de presidente, y en nombre de nuestro Club, me corresponde escribir otra nota necrológica. Primero fue sobre Enrique de Aguinaga y otra más reciente sobre Juan Velarde. Cualquiera de ellos hubiera bordado en este caso la de José Antonio.

Y le nombro aquí solo con su nombre, porque a él no le hacen falta apellidos. Hace tiempo que así ha pasado a la historia de España y al conocimiento de buena parte de los españoles.

Como de costumbre, se equivocan los que por odio, su afán de revancha y su envidia de mediocres e indocumentados, proceden a exhumaciones y traslados de restos de figuras y personajes que han destacado por sus reconocidos e importantes méritos sin conseguir sus propósitos de que desaparezcan de nuestra memoria. Porque eso no depende de donde estén enterrados, sino la importancia de su obra, su ejemplo y su recuerdo.

A los vándalos los retratan la escena del cura y el barbero que aparecen en el Quijote quemando libros, o a los que intentan silenciar la fuerza de la poesía de un poeta, o más atrás, a aquellos faraones que en Egipto mandaban picar todo rastro de sus antecesores por su enfermizo temor a que les pudieran hacer sombra. O las purgas soviéticas de nombres molestos en la nomenklatura por haber caído en desgracia del tirano de turno.

Y es que la izquierda de la pasada República de este país carece de héroes o de mártires que exhibir. Sus líderes, salvo escasas excepciones, no son precisamente un modelo de valentía u honradez.

Hace años, a un grupo de amigos les conté una anécdota que había vivido que avala lo anterior. Tuve la curiosidad de asistir en el cementerio civil de Madrid al tradicional homenaje que se suponía celebraba el PSOE a Pablo Iglesias, fundador del socialismo español

Y me llevé una gran sorpresa. Allí estábamos solo diecinueve personas. Ni un solo ministro, ni representante alguno de las jerarquías de aquel periodo del partido en el poder.

Y no pude por menos de pensar, en las ignoradas sepulturas de tantos políticos o líderes de distintas ideologías. ¿Quién sabrá a estas alturas donde estarán enterrados Calvo Sotelo, Lerroux, Gil Robles, Azaña, Durruti, e incluso las más cercanas de Prieto o la Pasionaria, que reposan en un olvido generalizado, salvo tal vez el de sus familiares más cercanos, aunque lo dudo?

Y lo comparo con los miles y miles de españoles y extranjeros que a lo largo de cada año –cifras contrastadas por Patrimonio y la comunidad benedictina–, a pesar de las trabas oficiales para hacerlo en días señalados, se han acercado cada año a rendir homenaje y depositar unas flores en la lápida de José Antonio en la Basílica del Valle de los Caídos.

No, a José Antonio no se le puede silenciar. Y buena prueba de ello es el interés que su figura, con treinta y tres años y apenas tres de vida política, despertó como una llamarada de ilusión y de esperanza en la juventud española de su época. Hoy, se podrán mantener o rechazar sus planteamientos políticos. Se podrán criticar o defender algunas de sus actitudes en aquella violenta época de nuestra historia, pero no que haya caído en el olvido. Cada vez hay más interés por él, y más tesis doctorales sobre su obra.

Ocurre lo que con Franco, que desde la Transición nunca se había citado tanto su nombre, precisamente por sus propios enemigos, provocando el deseo de muchos españoles, sobre todo en los más jóvenes, en conocerle, por supuesto sin importarles donde está enterrado.

A su pesar, José Antonio seguirá viviendo y propiciando debates en el recuerdo de muchos españoles, rompiendo así el intento de haberle presentado primero, durante muchos años, en un molde acartonado en lugar de como un soñador revolucionario, como lo hizo el anterior régimen, o como un fascista violento y reaccionario como nos lo presentan los corifeos del actual Gobierno de España.

No encuentro nada mejor para terminar estas líneas que reproducir el soneto que dedicó a José Antonio Pedro Laín Entralgo.

La gravedad profunda de la muerte
era, para tu sangre vencimiento,
para tu juventud, desasimiento
de hacer arquitectura el polvo inerte.

Vino luego el dolor de recogerte
en tierra que cumplió tu mandamiento.
¡Tu voz, que dio contorno al sentimiento
se dobla ante el mandato dela suerte!

Pero España clamó, desarbolada,
por convertir en fuerza su impotencia
y unir el pensamiento con la espada.

Y para hacer más corto su camino,
cambiaste por la gloria la existencia
y Dios elevó a norma tu destino.


Corona de sonetos en honor a José Antonio Primo de Rivera